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jueves, 20 de enero de 2011

Bosque silencioso (Relato)

El duende, como las piedras, es un ser que nunca muere. Es un espíritu, o viento, o nube dejado de los abuelos, nuestros primeros padres. A veces, cuando se agitan las hojas del curíbano, es el Duende vestido de viento. A veces, cuando el sol no se deja ver, está el Duende soplándole nubes. Y otras veces no vemos al duende, porque él es el aire.

El vive debajo de las piedras y en las cuevas que ellas forman cerca de los nacimientos de agua, en la montaña virgen, donde nadie anda ni habita.

Se alimenta de mierda de caballo, que es el pan para él. El palo podrido es el pecho de gallina, los huevos de hormiga son su arroz, las pepas de flor de duende son su mote, el ciempiés es el ulluco. Para ir allá, es necesario llevar remedios que nos haya dado el médico, sino lo hacemos así el Duende nos esconde. Cuando estamos en estos lugares, muchas cosas nos avisan que estamos en un lugar de cuidado, nosotros las miramos y comprendemos. Existen pájaros que nos avisan la cercanía al lugar donde descansa el trueno, el agua, y también cuando cerca hay una culebra.

Así mismo se nos acerca el Duende: para hablar, para expresarnos algo que no sabemos. Aunque bien sabemos que él es muy travieso, sentimos temor cuando percibimos su presencia. Nos deja dones para nuestra vida con los otros, o salud, o la muerte.

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